domingo, agosto 28, 2005

La historia de Millarahue

Ya no recuerdo con exactitud la fecha exacta en que apareció, pero fue hace al menos 3 años. Era un día frío y llovía suavemente. Yo estaba en uno de mis complejos períodos de confusión y de búsqueda de respuestas...de esos que vienen de cuando en cuando para intentar hacerme olvidar que hay vacío o dolor dentro de mí.

Fue así que mis pasos me condujeron a un antiguo cité en las cercanías del Metro Unión Latinoamericana. Muchas veces observé ese lugar y me atemoricé... y de pronto estaba tendida en un confortable sofá al interior de una habitación oscura en una de sus casas.

La voz masculina de fondo me relajó. Mi mente semidormida podía percibir aún el ruido de las micros en el exterior, pero poco a poco una niebla me envolvió. Ya no había bocinas ni motores, sino cantos de pájaros y el ruido del viento entre los árboles.

Hacía frío cuando vi sus pies...de alguna forma eran mis propios pies. Estaban descalzos. Entonces la vi ante mí. Era alta y delgada. Su pelo negro caía en un atractivo desorden sobre su espalda. Sus ojos grandes y curiosos miraban con profundidad el horizonte como si quieran guardar para siempre aquel paisaje que la sobrecogía, y que sólo encontraba en la cima de aquel cerro.

Era su lugar favorito. La vi respirar profundo y cerrar los ojos para sentir con intensidad el viento húmedo golpear suavemente sobre su rostro. Sencillamente amaba mirar el ir y venir de las olas del mar desde ese lugar.

"¿Cómo está vestida?", me preguntó la voz masculina que apenas percibía.

Era muy femenina y sensual. Su fino vestido oscuro tejido a telar no lograba ocultar su cuerpo esbelto y fuerte, aquel que atraía las miradas de los hombres de su tribu, y también de los foráneos. No usaba joyas. Sólo llevaba unas flores blancas que resaltaban entre su cabellera, y destacaban el tono mate de su piel.

"¿Sabes cómo se llama?, ¿quién es esa mujer?", requirió la voz.

Sin mediar filtro alguno, mi boca pronunció "Millarahue". Era la joven hija del jefe de la tribu que habitaba en algún lugar del centro sur de Chile, entre los cerros próximos al mar.
Era ese lugar el que le servia de refugio cuando añoraba pensar y buscar respuestas a los conflictos que inquietaban su espíritu.

Estaba triste. Respiró profundo antes de dar la espalda al mar y correr rauda hacia su caballo, que montó cual experimentada guerrera.

De pronto sólo vi el verde de los árboles pasar ante mí. Era ella quien cabalgaba en medio del bosque con destino a su aldea. Su padre la esperaba molesto por su repentina desaparición. Desde muy pequeña, y tras la muerte de su madre, la joven princesa se perdía por horas, provocando el pánico en aquel líder indígena, quien con el tiempo se acostumbró a los escapes de su única hija.

Pero ese día no era el adecuado para uno de sus escapes. Llanquil la esperaba ansioso para concretar el compromiso. Se casarían dentro de un mes y eso la agobiaba.

Se vistió lentamente, pero no logró ataviar de luz y alegría su mirada. Su padre sabía que no estaba enamorada de aquel guerrero, pero era el único que le parecía digno y noble para su hija.

Con impotencia, Millarahue avanzó lentamente entre los suyos. Llanquil sonreía y su mirada la atemorizó. Una música suave y solemne llenó el ceremonioso silencio. Y una fuerza descontrolada surgió de su vientre e inundó su cuerpo.

Mientras cabalgaba a toda velocidad sin rumbo fijo, comprendió el dolor que debía estar sintiendo su padre. Pero lo había decidido: no iba a casarse con un hombre al que no amaba, y menos dejar morir sus apasionados deseos de ir más allá de los límites que hasta ese minuto había cruzado, para conocer otros pueblos y culturas que sabía existían en algún lugar.

La libertad era su mayor tesoro y nadie se lo robaría. No tenía miedo a la oscuridad ni al frío de la noche. Tampoco a los peligros. Estaba decidida a no dejarse avasallar y a cumplir sus deseos de vida, aun cuando ello significara perder el cariño y respeto de los suyos.

Era tal su euforia que perdió la noción del tiempo. Sólo sabía que estaba lejos, en medio de un bosque en el que no la encontrarían. Mirando el brillo de las estrellas entre las ramas de las Araucarias se durmió.

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El cielo mostraba el hermoso azul petróleo de la madrugada cuando despertó de golpe con una bofetada en su rostro. Y al abrir sus asustados ojos se cruzaron con una mirada amenazante y violenta, que desde entonces se convirtió en su peor pesadilla.

No supo cuantos golpes recibió y no podía distinguir cuál dolor era más fuerte...si el de de su cuerpo o el de su alma.

Sus manos estaban amarradas cuando estuvo otra vez frente a su padre. Sus ojos se cruzaron, y ni las lágrimas que se asomaron por sus ojos lo hicieron ceder: le dio la espalda sin siquiera decirle una palabra...ahora estaba sola frente a Llanquil, aquel hombre que la capturo y que se había convertido en su amo.

"Tienes el poder de avanzar en el tiempo. ¿Dónde está ella ahora?", preguntó la voz.

Estaba sentada en el suelo en un rincón de su ruca. Lloraba silenciosamente y con la mirada perdida. El dolor y vacío que sentía en su corazón se mezclaban con la ira que se acumulaba en sus entrañas cada vez que aquel hombre se descargaba sobre ella. Esta vez no hubo golpes, pero el dolor no cesaba.

Entonces lo decidió...no miró atrás. Sólo corrió entre los árboles. Corrió tanto que el aire se agotaba en su pecho. Tenía que escapar de su infierno, tenía que lograr la libertad que tanto anhelaba...

Su cuerpo estaba helado y frío sobre una tela. Poco a poco la envolvieron, hasta cubrir aquel rostro que aún reflejaba fuerza y coraje. Su padre no pudo contener las lágrimas en el funeral.

Llanquil no midió fuerzas cuando la encontró jadeante en la cima de un cerro. La joven Millarahue ya no tenía fuerzas, cuando sus ojos encontraron de nuevo el intenso calipso que del mar. Sin casi atender a los puntapiés que venían a su vientre...cerró los ojos con dificultad, grabando para siempre en ellos ese paisaje. Y tras sentir el viento húmedo en su rostro, respiró por última vez.

"¿Qué pasó?", cuestionó la voz.

"Está disfrutando", respondí, al tiempo que veía a la hermosa princesa Millarahue abrir los brazos, sonreír y disfrutar de su libertad mientras desaparecía entre la misma niebla que la trajo a mí.