lunes, marzo 19, 2007

Lo que hubiera pasado...

… al menos cuando sea viejo no tendré que preguntarme ¿qué hubiera pasado si lo hubiera intentado? …

Esta frase volvió a mi mente luego de ver la película “A lot like love”.

En ella, Oliver, el personaje que interpreta Ashton Kutcher (el galán de Demi) intenta una especie de serenata y canta una canción de Bon Jovi a Emily (Amanda Peet), una chica a quien había conocido 6 años atrás, a la que nunca se atrevió a proponerle “algo”, aún cuando durante esos 6 años se “encontraron” en tres o cuatro ocasiones, en todas las cuales hubo claros signos de amor.

Cuando se animó a confesarle sus sentimientos, cantando “I´ll be there for you”, ya era algo tarde: ella estaba de novia con otro. Y entonces la miró a los ojos y le dijo la frase del inicio de este post.

No he podido dejar de pensar en eso. Y más que en las veces en que sí me la he jugado por algo que he querido mucho (porque afortunadamente las hay), me quedé pegada en las veces en las que por pesimismo, ignorancia, y sobre todo por miedo al ridículo, al fracaso, o a lo que sea, he dejado pasar “oportunidades“, o sea, ni siquiera lo he intentado.

Y va en muchas cosas de la vida. Desde no atreverse a hablar con el jefe, hasta no pedir un favor a un amigo, o no decir eso que nos alegra o agobia, por miedo a ser incomprendidos. ¿Qué hubiera pasado si …? ¿Hubiera sido distinto?

En fin, en esta “reflexión” (¿?) prefiero acordarme de las veces en que sí me la he jugado, y he tenido resultados sorprendentes y maravillosos.

Estaba en un país extraño y conocí a alguien que después de muuuucho tiempo me devolvía las “mariposas en el estómago”. Según yo, no tenía por dónde se fijara en mí, pero no podría saberlo si ni siquiera me daba la opción de intentar averiguarlo.

Entonces, armada con el valor que me dio el pensar que NUNCA más lo volvería a ver en mi vida (eran y son miles de millas las que nos separan), y con el ánimo que me dieron mis amigos a la distancia lo invité a comer.

La cita resultó tan especial que tras ella decidí que no podía guardar sólo para mí todo lo que me pasaba, y convertida en un atado de nervios, le escribí un mail (en español … idioma que él no hablaba) contándole lo mucho que me gustaba, y lo feliz que me sentía con él. ¿Ridículo e infantil? Puede ser. Mientras esperaba por una respuesta que no sabía si llegaría, quería que me tragara la tierra. Aunque nadie supiera lo que había hecho, me sentía “loca” y expuesta. Pero me fue bien. Y ese hecho marcó el inicio de una de las historias más lindas de mi vida, que aunque ya no es más, recuerdo con una sonrisa en mi cara, y más aún en el corazón.

Después de eso me la “jugué” en otras oportunidades con resultados disímiles. Una vez le pegué papelitos con mensajes en el auto a un tipo que me gustaba, y con el que creí había alguna onda. Pero mal. No había. De hecho fue una suerte de desilusión fuerte. Hasta hoy me da vergüenza cuando lo veo y cuando veo a sus amigos, quienes sin duda se enteraron de mis hazañas a lo Amelie. Pero ¿saben qué? no me arrepiento. Porque al menos cuando sea vieja, no tendré que preguntarme qué hubiera pasado si lo hubiera intentado.

viernes, marzo 02, 2007

Momento cursi (cursi cursi)

Siempre me han gustado las puestas de sol. El cielo anaranjado, la bola dorada perdiéndose por el horizonte, y finalmente ese rojo intenso que da paso a las primeras estrellas y el color que más me gusta de todos: ese azulado negruzco del anochecer.

Aunque para algunos es un símbolo de lo cursi, para mí es un momento mágico. De hecho en el lugar del mundo que esté (eso sonó a muscho, pero es cierto), siempre me fijo por dónde se pone el sol, y qué colores toma el cielo. Y siento que lo agitado que pueda haber sido el día, da paso a una sensanción de tranquilidad y calidez, aunque a veces de juerga y acción (ejem, cuando se acerca un carrete), y otras de añoranza y melancolía.


También me dan ganas de pintar y ver si soy capaz de reproducir esa maravilla de colores que a diario nos regala la naturaleza, pero antes de siquiera intentarlo desisto, porque cualquier cosa que yo pueda hacer será incomparable.

Una de las últimas puestas de sol especiales para mí fue la que se ve en estas fotos. Y lo de especial no es porque haya estado con algún guapo al lado (aunque reconozco que la vista me hizo recordar a uno en especial), sino porque la presencié en medio un inmenso taco en plena avenida del mar de La Serena. Tanto era el atochamiento, que podía apagar el motor, salir del auto y tomar las fotos sin problemas. Por eso no me enojé tanto de avanzar dos metros cada 10 minutos (fue muuuucho taco).

Lo bueno de las puestas de sol es que, cursis o no, están ahí siempre, y cuando queramos pueden alegrarnos un poquito el alma. Sólo depende de nosotros. Aunque haya nubes, el cielo siempre se pone aunque sea un poquito naranja o rojo. Y a veces sólo es necesario asomarse al balcón para verlas, o salir al patio, o mirar al oeste (en nuestro caso) mientras vamos en las micros o en el metro sobre tierra o en nuestro auto o donde sea. Y es un espectáculo GRATIS!!!
PD: Este post es dedicado a mi amiga lolín, que me sorprendió con su visita-regreso a Chile.

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